A veces mirar el infinito nos cuesta trabajo, incluso imaginarlo. Pareciera que nuestro cerebro necesita poner un principio y un fin. Pero qué pasa cuando hay momentos que se guardan en nuestra alma, trascienden junto con ella rompiendo el límite de las vidas y el tiempo. ¿Cómo viviríamos sabiendo que este instante dejará de ser efímero para acompañarnos por muchas vidas más?

Soy esos momentos que pensamos que no se repetirían, pero que nos dieron otra mirada, otra forma de ver e incluso de pensar, y que siguen conmigo transformándome, soy ese instante en el que algo dentro de mí explotó y me llevó, emocionalmente, a un lugar nuevo, que me ha hecho explorarme. Soy ese segundo eterno.

Sí, he tenido que explotar mil y un veces dentro de mí, para cambiar. Como es adentro es afuera, y el interior también es infinito. El océano de nuestro interior, de todas esas vidas que no recordamos, y de todos nuestros ancestros que todavía somos. Entonces, ¿por qué me resulta tan difícil creer en que todo es posible?, ¿qué tiene que explotar dentro de mí para romper las barreras mentales y confiar en el Universo infinito y su magia?

Si yo tuviera muy claro eso, tal vez yo sería menos aprehensiva, tendría menos miedo de dejar ir a los momentos felices y a las personas, tendría menos prisa por vivir y disfrutaría más, sabiendo que todo «ahí está», conmigo, «aquí está».

¿Qué tan infinito es el cielo? Tanto como nuestra propia existencia o incluso un poco más y en él caben todas las posibilidades, incluso las que no somos capaces de imaginar, en esta vida o en la que sigue, o incluso ya sucedió. El Universo es sabio, nosotros también, yo también.

Hay días que solo necesito recordar la inmensidad del Universo y la dualidad de la existencia misma.

¿Cuántas veces me ha visto el mar? Este mar. ¿Cuántas vidas me ha visto este mar? Supongo que por eso me gusta tanto nadar en el mar, porque es empaparme de gotas de mis otras vidas, es llenarme de mí y del Universo.

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